sábado, 6 de octubre de 2012





-"Los sureños no vienen solos – sentenció con rostro serio.
- ¿Cómo dice? – preguntaba confundida.
- Olvídelo, hablábamos de sueños – siseaba restando importancia.
- Pero, si no le conozco de nada. Acaba de presentarse por su cuenta – aseveraba contrariada.
- Espera un segundo. Esto lo he vivido antes. O puede que no, humm, ¡qué inquietante! – decía mientas miraba hacia ambos lados.
- Parece un personaje bastante extravagante – intentaba que sonara a cumplido.
- Aquellos eran buenos tiempos… - susurraba con aire nostálgico.
- No entiendo…
- Podría haber sido cantante del Cotton Club, whou, ou, ou. O trending topic en la cuesta de enero. O inquilino de una cámara anecoica. O anuncio reputado de un partido político, ¿o era anunciado diputado? Humm, esto lo he vivido antes… - continuaba sin descanso.
- Perdone, hola. Oiga estoy aquí – intentaba hacerse notar ante su total indiferencia.
- … o vendedor de profilácticos en un Imaginarium. O payaso paracaidista en Laos, no espera, eso ya lo he sido. O tartazo de cumpleaños… - continuaba delirando.
- Querrá decir tarta de cumpleaños, ¿no? – se introdujo en la conversación.
- No, no, tartazo de cumpleaños. Lo otro no tiene mérito. ¿En qué clase de esfera orbital recubierta de atmósfera y perceptiblemente habitable vive la gente hoy en día? – farfullaba enfadado.
- Bueno, yo creía que… - interrumpió cuidadosamente.
- No, no estás en la lista – musitó.
- ¿Lista?, ¿qué lista? – preguntaba.
- En la de “creyentes que…”, no figura. Pasa por taquilla, allí te atenderán – aconsejaba inquieto.
- Uff, no entiendo nada – decía totalmente desesperanzada.
- Espera, espera… - volvía a decir.
- Esto ya lo había vivido, ¿verdad? – creía haber entrado en su juego.
- No, tenía una chinita en un ojo. Se llama Lia, tiene treinta y un años y es okupa ocular. Saluda a Lia – alentaba respetuosamente.
- Hola…
- ¿Con quién hablas? – preguntaba mirando fijamente.
- Con su chini…
- No veo a nadie – decía mientras empujaba a la chinita por la ventana.
- Pobrecilla…
- Eran tiempos duros – sentenciaba.
- ¿No me diga? – preguntaba irónicamente.
- Trabajaba como cara C de un cassette, la ruina esperaba en cada esquina en forma de antros de alcohol fermentado o añejo. Ah, no, eso era de un programa de televisión. Que al final le secuestran unos traficantes de mermelada sureños – repetía su loca retahíla.
- Volvemos al tema del principio – captó con astucia.
- Ah, me estabas escuchando. No lo disimules, estás locamente enamorada – aseguraba.
- Pero, ¿qué dice? Si usted no está en sus cabales – gritaba sonrojada.
- No de mí, de los sureños – incurría decidido.
- Mire, esto ya no tiene gracia. Ya que estoy condenada a encontrarme en el mismo espacio que usted durante el tiempo que dure el trayecto, por lo menos haga que sea lo más cómodo posible. Y si no es capaz, pues agradecería su silencio – explicaba educadamente.
- Maldita sea, daría mi alma arrancada en tiras para abrazarte con ellas y que mi corazón explotara en fuegos artificiales de júbilo en cada pálpito. Y robarte cada beso y pedir un rescate por cada uno nuevo. E imaginarte con la mirada de unos ojos cerrados, sabiendo que te tengo delante. Y morir con cada palabra antes de que contestes mientras aún vivo una música danzante. Maldita sea, daría hasta los últimos pensamientos certeros – concluía sin aliento.
- Espere, esto no lo he vivido antes…
- Ya somos dos."


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